Las pasiones desatadas.

Caracas, 19 de agosto

Descubrí a Felisberto Hernández en uno de esos ataques intempestivos a mi biblioteca; removí libros, reordené mi cabeza intentando entender qué me pedía el alma, qué tipo de lecturas estaba necesitando…creo que así comenzó todo. Su título es sugerente, enciende, me encendió de manera brutal y obsesiva. “Nadie encendía las lámparas” se llama su libro de cuentos, y cada uno de los relatos tiene una oscuridad que resguarda, invita a guarecerme, a mantenerme en soledad, escondida, dentro de mí. De manera lógica reconocí a Clarice en un par de cuentos, no en el estilo de la narrativa sino en esa temática que se entretiene manoseando, tanteando los objetos que yacen en la oscuridad. Pero en ese tanteo, hay un reconocimiento, inmediato, preciso, que proviene de la infancia, de la memoria. Y cuando las manos tocan y reconocen las formas, las iluminan, devolviéndolas un ratito a la luz, les enseña este otro lado que a veces enceguece. La oscuridad en Felisberto se aproxima a la de Clarice, pero son voces distintas, no podría precisar por ahora qué tiene ella o que tiene él de distinto. Ambos son inigualables. Por eso los amo.
Las pasiones literarias se han desatado. Auxilio.

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