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Córdoba, 09 de diciembre de 2012 Escribir sobre Clarice hasta hartarme, si es que existe esa posibilidad. La imagen que persigo permanece oculta. Sin embargo, por momentos está ahí, frente a mi mirada. Cuando afino el lápiz para escribirla y entenderla, se hace noche. Clarice se hace oscuridad visible. Dolorosa tal vez. Por eso resta vislumbrar el camino que me devuelva el ojo altivo, contemplativo. Mientras tanto mateamos ambas en un domingo tramposo.
qué mano macabra nos cruza y nos vuelve a cruzar en el asfalto, como dos manchas de tinta, o de aceite, o de vómito. ahí estamos, en el enchastre, simbióticos. ahí estuvimos, desde siempre, patinando, chochándonos, haciendo chocar todo lo chocable, desde las copas hasta los taxis. tenías razón aquella vez y todas las veces. de nada sirve que me despida. si cada vez que levanto una mano para decirte chau, el titiritero me obliga a levantar la otra, para sostenerte, para llevarte a casa. Mariana Kruk
Estoy bien. Leo y escribo incansablemente.
Detener la mirada en el hoyo y exclamar: esta oscuridad me pertenece. Respiro con la intensidad y observo su incandescencia: su humor de perros a las siete y pico de la mañana, las líneas de expresión: su cuerpo ojeroso, desperdigando ternura. Y repetirme: me quiero tanto, y abrazarme a la imagen que, sutilmente, se cuela en el espejo. Quererme desde hoy y para siempre tantísimo.