Detener la mirada en el hoyo y exclamar: esta oscuridad me
pertenece. Respiro con la intensidad y observo su incandescencia: su humor de
perros a las siete y pico de la mañana, las líneas de expresión: su cuerpo ojeroso,
desperdigando ternura. Y repetirme: me quiero tanto, y abrazarme a la imagen
que, sutilmente, se cuela en el espejo. Quererme desde hoy y para siempre
tantísimo.
Hoy sábado me dije: un buen trozo de chocolate probablemente haga fluir mis ideas. Me lo merecía. Estaba escribiendo los antecedentes de mi proyecto de pregrado para aspirar a la Licenciatura de Letras. Necesitaba que mi cuerpo reaccione. No tanto mi cuerpo sino mis manos; necesitaba que ellas tomen conciencia del tiempo y escriban, de manera acaudalada. Que al menos los dedos hablen concisa y correctamente sobre el tema que compete. Chocolate de sábado por la tarde. Ricura.
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