Caracas, 26 de septiembre de 2014

A veces no es cuestión de que el otro entienda sino de que no pregunte qué pasa y eso permite que uno se sienta más tranquilo. Ojalá hubiese ese entendimiento, sin palabras, pero generalmente se insiste, se mete el dedo en la llaga y todo empieza a arder. Y uno se conoce y también sabe que hay días en que solo quiere joder por joder y no hay quien te quite de ese sitio. Quizás el sueño.

Y uno se quita el vestido de la susceptibilidad, se suspende por un instante el famoso “no quiero hablar, no sé qué me pasa pero hoy amanecí rara”

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